Vida inmóvil
Caminamos cargados con teléfonos móviles que denominan como «inteligentes». A veces, más inteligentes que su dueño, sin duda. Pero para quienes recorren las calles con la cabeza baja embobados en la pantalla de su móvil, la vida no es exactamente móvil. Para ellos la vida está condicionada por el inmovilismo perpetuo y dependiente en el que su dispositivo les ha instalado. La vida, para ellos, ni es real ni es cambiante. Su vida es inmóvil y dependiente.
Son «yonquis»; adictos a un estado de adhesión permanente a las novedades que vienen de su pantalla, tanto si estas son fieles y reales hacia la vida real, como si son inventadas o exageradas por la maraña de seres que pueblan la pantalla de su móvil. Para ellos, una desconexión de esa vida inmóvil e irreal supone una hecatombe de dimensiones estratosféricas…una sensación de ansiedad muy similar a la que tienen los adictos a cualquier sustancia.
La diferencia es que el adicto debe pasear las calles para buscar su dosis y mezclarse con lo más sórdido y real de la sociedad, en plazas comunes donde el ensimismamiento está penado. Al adicto a la vida inmóvil, sin embargo, le basta con leer las novedades a través de su pantalla. Le basta con vivir su vida a través de las experiencias de otros.
Le basta con compartir su adicción con otros adictos, en el ágora común de una pantalla iluminada.
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