{xtypo_dropcap}L{/xtypo_dropcap}os acontecimientos se están precipitando en estos días, con revueltas populares en países como Túnez y Egipto, sometidos durante años a férreas dictaduras.
El pueblo en ambos casos ha mostrado su hartazgo, y a falta de saber todavía más datos de las últimas novedades en Egipto -donde todavía no ha renunciado el presidente Hosni Mubarak a su sillón, pese a que el pueblo le pide que se vaya- es sintomático que la gente de esos países haya decidido poner fin a regímenes dictatoriales enquistados durante años en su sociedad.
No parece descabellado pensar que el mismo espíritu pudiera quizá, hipotéticamente, trasladarse a un país como Marruecos. El país norteafricano también mantiene un régimen poco democrático, y nos remitimos como prueba a El Aaiún, donde Marruecos aplicó una férrea censura mediática, y a fecha de hoy aún no hay datos claros de aquellos sucesos. En otro editorial reciente escribimos que la paciencia del pueblo como ente soberano tiene un límite: aquí está la prueba.
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