• 22 de noviembre de 2024

Por qué me gusta el cine (II)

Por Kilian Cruz-Dunne

 

Una vez que el infante se convierte en adulto, se juega con un creciente número de parámetros tanto dentro como fuera del mundo del cine: el DVD como máquina-herramienta para descubrir rarezas y acopilarlas para futuras visiones, la sala de cine para mantener pura la esencia que quisieron transmitir los hermanos Lumiére, los textos como ayuda indiscutible para ahondar en los conocimientos que nos quieren transmitir autores difíciles (Godard, Ferrero, Eisenstein, etc) y los coloquios con los amigos para proporcionarnos pistas autores u obras que se nos pasaron por alto. Todo ello, potenciado por Internet, la maxi-herramienta que eleva todo lo anterior a su grado máximo.

Como cinéfilo, uno no puede cansarse de descubrir: ¿qué hubieran hecho sino, los pioneros Mélies o Zecca? O de redescubrir: aun con cien visionados, ‘Horizontes de grandeza’, ‘Casablanca’ o ‘La guerra de las galaxias’ siempre tienen algo nuevo que aportar. El cine posee una magia que, afortunadamente, nadie ha podido desentrañar todavía; aun por encima de sesudos estudios, análisis y demás acercamientos posibles. Es esta magia, ese sinsentido, lo que sigue atrayéndome del séptimo arte, por encima de los innumerables problemas que existen alrededor del celuloide: el irregular funcionamiento de la Filmoteca, la falta de salas en los centros de las ciudades, la inexistencia de títulos alternativos en los videoclubs, la necesidad de una buena instalación informática para solucionar todo lo anterior…

No puedo cansarme si quiero complementar el excelente legado cinematográfico que nos ha dejado Hollywood y cuya brutal implantación actual nos priva de otras realizaciones latinoamericanas, africanas, chinas, indias, japonesas o australianas. Este «invento del demonio», como lo denominaba Machado, es la fotografía de verdad, a 24 imágenes por segundo. Por ello, cómo no dejarse seducir por trabajos de operadores de fotografía como Karl Freund, Joseph LaShalle o el siempre añorado Néstor Almendros; o por las glamourosas iluminaciones de las estrellas de los años treinta y cuarenta.

A un ritmo contemporáneo de cien películas al año (y hace décadas eran ¡700 filmes al año!) es casi imposible abarcar toda la esencia del cine generado por Hollywood a lo largo de su historia, además de lo producido en otras geografías. Y, por desgracia, mucha obra jamás podremos verla porque bien el destino, bien la desidia han permitido que la mayor parte del cine mudo se haya convertido en polvo. Es entonces cuando se apodera de uno la necesidad de aprehender con la memoria trabajos que, dentro de unos años, tendremos que explicar a nuestros hijos que han desaparecido: ¿dónde están ahora esas películas que regularmente veíamos en la televisión, primero en prime time y luego escondidas en la madrugada?

Es imposible que un lenguaje mágico como el del séptimo arte pueda cansar porque con él he vivido y jugado desde la tierna infancia: ¿acaso se cansa uno de los amigos de siempre? Porque, al fin y al cabo, el celuloide es mi compañero de viaje en la vida.

David Laguillo

David Laguillo

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David Laguillo (Torrelavega, 1975) es un periodista, escritor y fotógrafo español. Desde hace años ha publicado en medios de comunicación de ámbito nacional y local, tanto en publicaciones generalistas como especializadas. Como fotógrafo también ha ilustrado libros y artículos periodísticos. Más información en https://www.davidlaguillo.com/biografia

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