OPINIÓN-. Voto rogado, voto robado
Por Andrea Laguillo
31 de enero de 2019. Bruselas. – 3 grados en la calle, sensación térmica – 5. Comienza una particular carrera de obstáculos. Acudo con una amiga al Consulado de España en Bruselas para inscribirnos legalmente como españolas residentes temporalmente en el extranjero en vistas de que en mayo hay elecciones europeas, autonómicas y locales, y es obligatorio para poder solicitar el voto estar inscrito. En ese momento, todavía no se sabía que también habría elecciones generales, pero ya que nos habían comentado los problemas para votar desde el extranjero, decidimos hacer el primer trámite con tiempo.
Pasando por alto que no se nos permitió esperar la cola dentro del Consulado, si no que tuvimos que esperar en la calle durante más de media hora (a 3 grados bajo cero), finalmente conseguimos inscribirnos.
Casi dos meses después, el 4 de marzo, recibo un email del Consulado comunicándome que figuro como inscrita en el Registro de Matrícula Consular desde ese día. Repito, casi dos meses después.
Superado el primer trámite, y solo dos días después de la convocatoria oficial de las elecciones generales (el 7 de marzo), cuando acababa de abrir el plazo, repito, solo dos días después, solicité el voto. Porque sí, los españoles que vivimos en el extranjero tenemos que rogar el voto. Como si fuera un lujo y no un deber ciudadano.
Pues bien, el último día para poder enviarlo a España fue el 24 de abril en el caso de residentes temporales. Mi voto llegó a Bruselas el día 23. Un día antes. Es decir, pude enviarlo ese mismo día -abonando los gastos del envío certificado de mi bolsillo, concretamente 6,95 €- prácticamente por un golpe de suerte.
Y ese es precisamente el problema: no hago más que escuchar lo afortunada que soy por haber podido ejercer un derecho fundamental, protegido por una ley orgánica (art. 2 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General), por la Constitución (art. 23) y por numerosos instrumentos europeos e internacionales. Oigo a diario la impotencia de mis conocidos, que también hicieron todos los trámites en tiempo y forma, pero que a diferencia de mí no han recibido su voto, o lo han recibido demasiado tarde. Por no hablar de los innumerables casos que se pueden encontrar con solo echar un vistazo a las redes sociales.
Migrar no significa dejar de querer a tu país. Migrar no significa que tu país deje de importarte y que no quieras formar parte de su sociedad. Yo sigo queriendo a España, en la distancia, a mi manera, y no por ello soy peor ni mejor española que quien vive en Madrid, Málaga o Santander. No merezco más ni menos derechos, sino los mismos. Merezco que sea igual de fácil para mí votar que para alguien que vive en cualquier parte del territorio nacional. Y, por supuesto, gratis.
Mi voto actualmente está viajando, como muchos otros españoles que vivimos fuera de nuestro país, de donde nos fuimos por los más variados motivos. Lo que une a todos los expatriados es la carga emocional inevitable que supone estar lejos de los tuyos, pero es algo a lo que nos enfrentamos día a día, mejor o peor. Lo que nunca imaginé es que, en algún momento, también tendríamos que enfrentarnos a la decimonónica burocracia de nuestro propio país para poder ejercer un derecho fundamental y cumplir con nuestro deber ciudadano.
Existen iniciativas como Marea Granate o https://votaresunderecho.es que intentan ayudar en la medida de lo posible a que los españoles en el extranjero puedan votar, y abogan por la derogación de la reforma aprobada en enero de 2011 gracias a los votos del Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, con el apoyo de la extinta Convergencia i Unió, que introdujo el voto rogado.
- OPINIÓN-. Voto rogado, voto robado - 26 de abril de 2019