Más allá de las ciudades, más allá de los sentimientos de nación, más allá de las ideologías políticas, sin perjuicio de los ideales de signo contrario, hay situaciones que hemos creído vivir, una y otra vez, una y otra vez…
Dentro de una vida que no evoluciona sino que se muestra pegajosa, asfixiante e inmovilista, esta sensación de paramnesia perpetua nos atenaza y nos lleva a pensar que ya hemos pasado por esta calle. «Esto ya lo he vivido antes». Sin embargo, quizá es la primera vez que pisamos la imaginaria ciudad de nuestros sueños. Entre las brumas, políticos de profesión que presentan, año tras año, proyectos y maquetas que se funden y se mezclan, de forma caótica, en nuestro recuerdo como aquella primera vez que vimos un atardecer. Y, al día siguiente, otro atardecer. Quizá el mismo atardecer. Quizá la misma maqueta, quizá el mismo proyecto.
Y así van pasando los días, los meses y los años. Y, mientras tanto, en el interior, de donde nacen los pequeños proyectos e ilusiones, hay una flor que no termina de brotar asfixiada por los recuerdos y por el inmovilismo de una realidad virtual plagada de faraones y alcoholizada por la sensación de paramnesia. Otra foto. Clic.
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