La gran obra de Wilder
Por Kilian Cruz-Dunne
Un referente indispensable en la historia del cine, ‘El apartamento’, cumple ahora 50 años y con este fasto pone de relieve la sideral distancia que existe entre aquel cine de Hollywood -maduro, inteligente, mordaz, valiente- y el de ahora: acobardado, repetitivo, insulso. Toda una obra maestra que evidencia, también, cómo entonces el cine comprometido con la realidad coetánea no estaba reñido con el éxito y la calidad, además de resaltar que la arquitectura de ciertas obras, como ésta, pertenecen en su totalidad a un nombre solo, Billy Wilder, guionista, director y productor de este trabajo cinematográfico.
Wilder provenía del «tesoro de Europa», como lo definió su compatriota Fritz Lang, es decir, era uno de los primeros emigrados políticos a causa del ascenso nazi en Alemania. En 1934 y sin saber inglés, arribó como un perfecto desconocido al Hollywood de la época dorada y no fue hasta 1938, con ‘La octava mujer de Barba Azul’, cuando empezó a despuntar como el sarcástico e iconoclasta guionista (en la etapa 1934-1941), director (entre 1942 y 1950) y productor de cine (1951-1963) que era.
Rodada entre el gran éxito de ‘Con faldas y a lo loco’ y ‘Un, dos, tres’, la película ‘El apartamento’ es una tragicomedia agridulce que pertenece a su etapa última con el guionista I.A.L. Diamond (además de las dos referidas: ‘Ariane’, ‘Irma, la dulce’, ‘Bésane, tonto’, En bandeja de plata’, etc…) y que pone sobre el tapete un tema de incuestionable actualidad: cómo reconquistar la integridad en un camino hacia la madurez que se impone a una sociedad llena de engaños y basada en el arribismo, la clase social y, sobre todo, en el dinero.
Ganadora de cinco Oscar (tres de ellas para él como productor, director y guionista), la cinta narra cómo un anónimo empleado de una gran compañía de seguros de Nueva York que sólo despierta el interés de sus superiores gracias a su apartamento, que cede para que otros gocen de los escarceos sexuales que él carece.
Wilder contó que la idea que le vino a la cabeza fue la de «un hombre explotado, soltero y solitario, que cuando vuelve a casa por la noche se mete en una cama que todavía conserva el calor de las personas que han estado allí antes». Tres años después de ‘El apartamento’, director y actores repitieron en la comedia ‘Irma, la dulce’, de excelentes resultados pero que no llegó al nivel de éxito de su predecesora.
‘El apartamento’ pertenece a ese género costumbrista tan norteamericano que, como definió el crítico José Luis Guarner, «era calculadamente atrevido y pronto inmensamente popular». Prototipo de la ‘sex comedy’, la cinta de Wilder definía el encuentro entre una mujer que tiene sexo sin ser sexy y un arribista calzonazos que ni tiene sexo ni es sexy y se erige así en una contundente crítica feroz de los no tan felices 60.
Llena de situaciones equívocas, diálogos con doble intencionalidad, triángulos que no lo son tanto y personajes dispuestos a repartirse el pijama de quien fuera, ‘El apartamento’ es un ejemplo claro y diáfano del cine norteamericano que ahora no vemos si por asomo. Y eso que esta obra de Billy Wilder, el ‘dios’ de Fernando Trueba, ya arrastra tras de sí cincuenta años.
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