La educación intercultural de calidad es posible
Escrito por Kilian Cruz-Dunne
{xtypo_dropcap}L{/xtypo_dropcap}a Asamblea General de la ONU ha decidido proclamar este 2010 Año Internacional de Acercamiento de las Culturas y recomienda que, en el transcurso del año, se organicen actividades apropiadas relativas al diálogo, la comprensión y la cooperación entre religiones y culturas en pro de la paz, entre ellas un diálogo de audiencias interactivas con la sociedad civil.
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo en Europa (OCDE), «España ha experimentado, en la última década, el mayor aumento de población inmigrante de Europa». La migración está aquí para quedarse porque, aunque no es la única solución al envejecimiento de nuestra sociedad, es, ciertamente, parte de la respuesta (los inmigrantes pagan nuestras pensiones, nos guste o no escucharlo, porque han llenado las arcas públicas con sus contribuciones).
No olvidemos además que, a diferencia de Francia o Inglaterra, donde la convivencia entre distintas comunidades era ya normal el siglo pasado, España ha aterrizado en la aldea global sin una transición previa.
Una de las mejores acciones políticas en materia de inmigración pasa por ser muy exigente en la política de distribución de la población inmigrante por todo el barrio y todo tipo de instituciones educativas (públicas y privadas). El acceso en condiciones de igualdad debe implicar una doble acción positiva de los poderes públicos: evitar la concentración escolar y garantizar un tratamiento adecuado de sus necesidades educativas al acceder al sistema educativo español.
Evitar la segregación es imprescindible para una escolarización equilibrada de los alumnos inmigrantes, de modo que se favorezca desde el primer momento la convivencia con la sociedad de acogida. Sólo así evitaremos un espejo deformado de nuestra sociedad, donde algunos estudiantes se educan creyendo que no existe la inmigración mientras que otros creen que más de la mitad de la población es extranjera.
Al sistema educativo de hoy, que tradicionalmente le ha correspondido la misión de transmitir conocimientos y construir ciudadanos, se le añade una nueva tarea: la socialización de los jóvenes llegados del extranjero (a nivel nacional, el 8,4% en la Escuela Primaria). Para bien o para mal, a través de las instituciones los jóvenes inmigrantes aprenden el idioma vehicular y comprenden nuestras costumbres y valores autóctonos; los centros educativos reciben los temores e incertidumbres, las ilusiones y alegrías de los nuevos residentes.
El colegio vuelve a convertirse en el estamento donde se deposita el sustrato cultural que la sociedad necesita para canalizar y amortiguar la tensión social que genera esta convivencia intercultural. La educación y la identidad cultural tendrán un papel destacado en la idea de integración, una vez resueltas las condiciones más elementales de las personas inmigrantes. Es por ello que en los centros es donde se visibiliza más fácilmente el éxito o fracaso del proceso de integración socio-cultural de nuestro país.
Aunque hay que reconocer el esfuerzo que un sector del profesorado está realizando para suplir las carencias formativas de este segmento de alumnos, no olvidemos que la educación es una responsabilidad que debe ser compartida por toda la sociedad y la participación, en concreto, de la familia es fundamental: la formación en ella debe coordinarse con los valores que se estén transmitiendo en el colegio. Porque, no nos engañemos, los padres y madres participan muy poco en la vida de los centros en general (bien sea por desconocimiento de la lengua española, bien por la incompatibilidad de sus horarios de trabajo), no sólo de los alumnos extranjeros sino también los autóctonos. Y es la familia la que debe dinamizar un modelo de relaciones que traduzca las diferencias culturales en riqueza de conocimientos y comprensión, en lugar de permitir que den lugar a motivos de enfrentamiento y violencia. Cuando el colegio y las familias van a una, toda va.
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