La blasfemia y la libertad de expresión | Tribuna libre
Por Mansur Ata Ilahi, Vicepresidente de la Comunidad Ahmadía de España
El 7 de enero, unos hombres armados no sólo cometieron el atroz asesinato de 12 personas en la oficina de Charlie Hebdo en París sino que también desataron una andanada de extremismo en ambos extremos del espectro ideológico.
En un extremo están algunos líderes musulmanes, que repiten el disco rayado de «Condenamos-esto-y-por favor-no-culpen-a los musulmanes.» Por otro, los fanáticos de los medios están reduciendo esta tragedia a su derecho a publicar cualquier cosa. Ambas partes saben que están vendiendo una narrativa fácil. Es preciso ver la realidad.
Los líderes musulmanes deben declarar que las leyes contra la blasfemia son anti-islámicas
No vengáis con condenas blandas; decid que queréis abolir las leyes sobre la blasfemia. Esto está en el corazón del debate. De Argelia a Indonesia, muchos países de mayoría musulmana tienen leyes para castigar cualquier expresión, escrito o representación visible que mancille el nombre del profeta Mahoma. Los reos se enfrentan a una pena de tres años de prisión, pena de muerte, o ejecución en plena calle, dando forma a una sociedad intolerante donde las venganzas personales se liquidan bajo esta cubierta religiosa y legal.
Pakistán es el paradigma de tal intolerancia. En un país donde la blasfemia solía ser algo inaudito, desde que las leyes sobre la blasfemia fueron promulgadas en 1984, Pakistán parece haberse convertido en el lugar del sacrilegio. Ya se han registrado más de 1.000 casos.
El asunto llegó a un punto crítico en 2011 cuando una mujer cristiana de 45 años de edad, llamada Asia Bibi fue acusada de blasfemia. Ella lo negó. Cuando el gobernador de la provincia de Punjab, Salman Taseer, pidió la reforma de la ley, su propio guardaespaldas lo mató. Pakistán reaccionó, pero no como en Francia: 50.000 manifestantes ensalzaron al asesino de Taseer como un héroe, los abogados arrojaron pétalos de rosas al tribunal, los políticos se negaron a cambiar las leyes sobre la blasfemia, y los clérigos amenazaron a los disidentes que quedaban. En cuestión de meses, el ministro de Pakistán para las Minorías, Shahbaz Bhatti, otro opositor de la ley, también fue asesinado. El debate terminó literalmente a punta de pistola.
Este modo de pensar ominoso se está infiltrando en Occidente. Estos clérigos pueden no tener cobertura legal, pero tienen sus púlpitos desde donde fomentan el odio entre los jóvenes desilusionados. No me sorprendería que un clérigo como estos instigara a los dos atacantes de Charles Hebdo.
En el fondo, estos líderes musulmanes saben el Corán no prescribe ningún castigo por la blasfemia. Al contrario, ordena: «Cuando escuches que se niegan y se burlan de los signos de Al-lah no te sientes con ellos hasta que inicien otro tipo de charla » [4: 141]. Saben que el Profeta Muhammad sufrió graves blasfemias, pero siempre perdonó a los culpables.
¿Acaso los periódicos no se acomodan a las sensibilidades de otros grupos?
Ahora vamos a ser realistas y aceptar que la publicación de estas caricaturas específicas tiene más que ver con una provocación calculada y menos que ver con la defensa de la libertad de expresión. Porque si se tratara de la defensa de la libertad de expresión, entonces veríamos que se han publicado igualmente expresiones ofensivas contra otras minorías. Pero no vemos (y no es que lo queramos ver) que se hayan burlado del Holocausto. Tampoco los vemos usar el término-M para los gais o la palabra-N para la gente de color. Al contrario, vemos como los medios de comunicación reconocen la ofensa y evitan los términos ofensivos.
Vamos a ilustrar el punto con tres ejemplos. En 2006, Sony retiró la publicidad holandesa de su PSP en la que mostraba a una mujer blanca agarrando una mujer de color por la barbilla. ¿Por qué? Porque los críticos estadounidenses y NAACP se sintieron ofendidos. Al año siguiente, Snickers retiró su famoso anuncio del «beso del hombre» en USA porque la comunidad gay se sintió ofendida. En 1998, DDB, una compañía líder de publicidad, se disculpó y pagó miles de dólares de compensación, cuando los católicos les demandaron por hacer un anuncio del VW Golf en el que se burlaba de la Última Cena de Leonardo Da Vinci. ¿Por qué? Porque la comunidad católica francesa se sintió ofendida.
En 2008, Charlie Hebdo despidió a uno de sus caricaturistas famosos, Siné, bajo la acusación de «antisemitismo». Siné simplemente había sugerido que el hijo del presidente Sarkozy, Jean, iba a convertirse al judaísmo para casarse con la heredera de una próspera cadena de electrodomésticos. ¿Y qué sucedió en 2013, cuando los musulmanes franceses demandaron a Charlie Hebdo por publicar una portada con el titular: «El Corán es una mierda: no detiene las balas?» Fueron etiquetados de «islamistas» y se les dio una conferencia sobre la libertad de expresión.
¿Veis el doble rasero?
Los periódicos se enfrentan a realidades duras y en las sociedades capitalistas, no hay nada de nada «gratis». De acuerdo con la Asociación de Diarios de América, la venta de prensa solo genera un escaso 27 por ciento de los ingresos totales de periódicos. El otro 73 por ciento se genera a través de una mezcla de publicidad, marketing, y «nuevas fuentes de ingresos» (signifique lo que signifique). Los periódicos son, por lo tanto, dependientes en gran medida de los anunciantes. Y a partir de hoy, la temática anti-musulmana ya tiene lo que yo llamo el «efecto Rushdie»; pues hemos de recordar que Salman Rushdie se hizo millonario con su novela infame, Los Versos Satánicos.
Como musulmán, y firme defensor de nuestra Constitución y Ley española, creo que las palabras más ofensivas son más débiles que el ser vivo más débil. Esto se debe a que el Santo Corán exhorta a «no matar la vida que Dios ha hecho sagrada» [6: 152]. Mi corazón siente una profunda pena por todas las familias de las víctimas francesas, siendo una de ellas un policía musulmán.
Al igual que me identifico con los musulmanes de la calle que se enfrentan a una creciente islamofobia en Occidente, también pido a sus líderes que sean realistas y rechacen las leyes sobre la blasfemia por ser totalmente anti-islámicas. Igual que considero mi deber respetar el derecho de una persona a la libertad de expresión, también considero mi deber cuestionar su juicio y exponer su doble rasero. Dicho esto, ¿es posible iniciar un dialogo más sensato en medio de esta división ideológica?
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