«Estudia, aprende idiomas, prepárate y llegarás a ser algo en la vida». Todos, en mayor o menor medida, hemos oído de jóvenes esa bienintencionada cantinela por parte de nuestros padres. Ellos, sin duda con una buenísima intención, nos guiaron hacia la buena, o a veces excelente, preparación intelectual, pero sin tener en cuenta que la sociedad, el mundo real, el «ahí fuera», poco o nada recompensa los méritos. Mientras los enchufados campan a sus anchas por todos los rincones de Cantabria, la juventud estafada se ve obligada a emigrar, a llevarse fuera su talento, al no poder ocupar puestos que están usurpados siempre por el clásico enchufado bajo la consigna: «uno de los nuestros».
El esquema del éxito en la sociedad cántabra está tan pervertido, tan anquilosado, tan repleto de las mismas caras (los mismos caras) que se repiten una y otra vez en las iniciativas y eventos, que los jóvenes se han visto forzados a la emigración. Miles de jóvenes que huyen fuera forman una enorme cifra de talento y de juventud estafada, que no ha logrado su legítimo sitio en la sociedad de la región donde nacieron.
Desde hace cinco años, han emigrado desde Cantabria 10.881 menores de 35 años en edad de trabajar (6.274 al extranjero y 4.607 a otra autonomía), 2.027 más que los 8.854 inmigrantes de la misma edad en el mismo período. Son, sin duda, cifras y dramas sobre los que es obligado pararse a reflexionar. Porque, como sociedad, no podemos permitirnos toda una generación de juventud estafada.
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