Indiana Jones no está solo, hay más arqueólogos en el cine
Borja Antela-Bernárdez, Universitat Autònoma de Barcelona
El cine y la Antigüedad clásica han mantenido una relación íntima desde el principio mismo de la historia del celuloide.
Los brevísimos cortos, que hoy resultan experimentales, del mismísimo Mélies sobre la momia o las grandes películas sobre Cleopatra de inicios del séptimo arte, como las de la imponente Theda Bara, hoy perdidas, son prueba elocuente de cómo la Historia Antigua sirvió al cine de inspiración tanto argumental como estética.
No en vano, el siglo XIX estuvo marcado por la instauración de la Historia como disciplina de conocimiento científica. Asimismo, el premio Nobel de Literatura en 1901 al eminente Theodor Mommsen por su Historia de Roma o el de 1905 a Henryk Sienkiewicz, autor de la magnífica novela Quo Vadis? (tan cinematográfica, por otra parte), ponen de manifiesto el contexto de fascinación por la Antigüedad en los albores del siglo XX, el siglo del cine.
Desde Poe hasta Karloff
Sin embargo, la arqueología tardó un poco más en entrar en la gran pantalla, aunque en cierto modo el final del XIX y el comienzo del XX ya habían puesto a los arqueólogos en el imaginario popular de la ficción.
No hace falta llegar a Lovecraft y sus espeluznantes historias sobre civilizaciones arcanas ocultas, anteriores a lo humano, amenazadoramente aterradoras, para observar una tendencia que había comenzado anteriormente.
El lector de hoy día puede aun vivir por medio de las palabras de Edgar Allan Poe el miedo a peligros ocultos de hace tiempo. Bram Stoker describía también, en La joya de las siete estrellas, una peligrosa maldición desenterrada entre las arenas de Egipto, similar a la que Arthur Conan Doyle había inventado, entre aventura y aventura de los detectives Holmes y Watson, en algunos relatos cortos como “Lote Nº 249” o “El anillo de Thoth”.
El furor sobre estas criaturas fantásticas provenía efectivamente de la conquista napoleónica de Egipto: la primera novela sobre la momia la escribía de hecho un francés, Theophile Gautier, en 1858.
No obstante, el gran público del cine tendría que esperar a que Howard Carter desenterrase a Tutankamón. El seguimiento de la prensa de entonces y la fabulosa imaginación de la opinión pública motivarían que un año después del descubrimiento de Carter ya se estrenase la primera de la extensa lista de películas sobre el tópico de la momia (una de las muchas películas perdidas a día de hoy).
Sería tras la impertérrita interpretación de Boris Karloff en La momia de 1932 cuando la arqueología se convertiría en un tópico fundamental de la ficción cinematográfica.
Jones, Indiana Jones
La primera aventura del más famoso arqueólogo del cine, Indiana Jones, tiene lugar precisamente en Egipto. El Dr. Henry Jones Jr., alias Indiana, Indy para los fans, podría ser uno de los muchos arqueólogos americanos de la década de los 30 a la búsqueda de fabulosos objetos y yacimientos. En competencia con los siempre terribles nazis (que en el cine aparecen con frecuencia atraídos por el exoterismo: desde el principio de Hell Boy hasta el de Capitan América), Indy aparece a menudo como un héroe en defensa no sólo del conocimiento, sino también de la libertad.
Con perdón de Lara Croft y sus Tomb Raider, Indy se ha convertido en un símbolo del entretenimiento intergeneracional dentro de esta ciencia. Al fin y al cabo, a los mandos estaba Steven Spielberg, el mago de la fantasía. Él fue el encargado de dirigir a este personaje tan querido por el público, con su látigo y su sombrero tipo fedora, que seguramente no tendría el mismo carisma si no fuese por su intérprete, Harrison Ford.
Pero Indiana Jones no es, en realidad, un personaje completamente original. Muchas son las deudas que tiene con encarnaciones anteriores. En especial con Harry Steele, olvidado por la historia del cine y el público, interpretado originalmente por Charlton Heston en la película El secreto de los Incas (1954), con el que Indy comparte, como mínimo, la cazadora de cuero.
Las películas de Indiana Jones, como suele suceder con el cine bien hecho, han sido la puerta de entrada de muchas personas interesadas en la historia. Huelga decir que cualquier estudiante de Arqueología habrá tenido unas cuantas veces “la conversación” sobre este personaje.
Sin embargo, el cine ofrece una visión peligrosa de la práctica arqueológica. Con o sin nazis de por medio, las películas suelen plantear argumentos en los que ciertos objetos antiguos tienen (aún) un poder sobrehumano, ancestral, que en las manos equivocadas pondrían en peligro a toda la humanidad.
En cierto modo, incluso las momias son también “objetos” peligrosos, resultado de los poderes de otro tiempo que los seres humanos de nuestros días no acaban de comprender.
Esta ficticia arqueología de lo maldito parece ahondar, como tantísimas tradiciones culturales, en los límites de lo humano, y en el riesgo de tratar con poderes que están fuera del alcance de nuestro dominio (sean mágicos, como en las películas mencionadas, o sean incluso más tangibles y actuales como metáforas, por ejemplo, del armamento nuclear).
Pero sería injusto no otorgar a la imagen de la arqueología en el cine otra dimensión, menos esotérica y más humana, como sucede en la película La excavación (2021).
Hasta cierto punto, en su poder para conectar el pasado remoto y el presente, por medio de estos objetos mágicos y del conocimiento, los arqueólogos del cine nos recuerdan que no somos dioses, y que no siempre podemos entenderlo todo. Pero también señalan a cada oportunidad el profundo placer que supone conocer los tiempos pretéritos, y tratar de comprender a aquellos seres humanos que vivieron antes que nosotros.
Todavía tenemos mucho que aprender de ellos.
Borja Antela-Bernárdez, Profesor Agregat en Historia Antigua, Universitat Autònoma de Barcelona
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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