Este domingo 5 de julio Grecia celebra un crucial referéndum, de importancia capital tanto para el pueblo griego como para el resto de Europa. Los griegos están en una encrucijada que refleja el gran problema que ha supuesto, desde el inicio, la creación en un frío laboratorio de una Unión Europea en la que los ciudadanos no creen, y la también artificial creación de una moneda única, el Euro, que los ciudadanos vemos como culpable de la paupérrima situación económica en la que nos encontramos. Pocos lectores rebatirán que, desde que tenemos al Euro entre nosotros, vivimos cada vez más apurados económicamente. Así es difícil ver ventajas a la moneda única, si nuestro dinero vale cada vez menos y se esfuma antes.
Alemania, erigida en el papel de un sheriff al que nadie ha refrendado en las urnas, ha olvidado demasiado rápido la enorme generosidad que tanto Grecia como el resto de Europa, y también el resto del mundo, tuvieron con su país tras la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes, a través de Merkel, exigen demasiado para un pequeño país como Grecia. Plantean exigencias inflexibles y llevan a cabo intolerables injerencias en la decisión soberana del pueblo griego, que es el único que debe decidir su futuro.
No deja de ser curioso que, siendo Grecia la cuna de la Democracia, esté tal y como está hoy en día. Es un reflejo de cómo la Democracia se ha dejado vencer, carcomida por el poder financiero. En buena medida, la decisión que tomen los griegos dará pistas para el futuro de Europa, del Euro, y también de la Democracia.
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