En el fondo de la mina…
Por Manuel Haro Alcalde
{xtypo_dropcap}H{/xtypo_dropcap}an pasado un montón de días. Casi 20 y los mineros continúan con su legítimo derecho a continuar con su actividad, cada vez menos prometedora, a juzgar por el futuro tan incierto del carbón.
Una vez más, las reyertas callejeras ocupan a la opinión pública y, por lo que parece, menos a las instituciones que desde hace años vienen subvencionando la actividad, con el fin de prolongar en la medida de lo posible un oficio en riesgo de extinción.
Los lamentos de muchos mineros todavía en activo, hacen referencia a la frase tan repetida, como: -«¡Qué harán nuestro hijos!». Lo que parece es que ésos hijos no continuarán siendo mineros.
La cruda realidad nos lleva a observar cómo nuestro carbón, además de ser cada vez más escaso, es también de menor calidad. Eso hace que se encarezca su extracción y, en consecuencia, que su precio aumente sin parar.
Los consumidores de ésta materia prima, como es lógico, lo importan a mejor precio y mayor calidad. Y están en su derecho si quieren rentabilizar los negocios derivados de su uso.
No desvelamos ningún secreto si reiteramos la crítica situación que atravesamos no sólo en nuestro país, sino en el resto de lo que tanto nos hemos empeñado en soñar como unión; Unión Europea. De ahí que la cultura de la subvención amenaza con desaparecer. Y de ahí que quienes han estado «agarrados a la brocha» de la misma, estén temblando por su futuro y el de los suyos.
Los gestos de solidaridad, no sé por qué tengo la impresión de que se han desinflado un tanto, después de observar actos que están afectando a ciudadanos de los que «pasaban por allí», es decir, trenes agredidos, vehículos destrozados, barricadas, agentes y civiles heridos y, lo que más ha llamado la atención, lanzamiento de misiles caseros desde una colina cercana y habilitada al efecto, para una llamada de atención tan temeraria, como indeseada.
¿Es éste el camino a seguir?. Si pasamos por allí y somos agredidos sin comerlo ni beberlo, ¿podemos sentirnos solidarios de verdad?. Complicado. Complicado, pero sospechosamente organizado porque, verán: se repiten circunstancias idénticas a otros actos vandálicos en ciudades, calles, avenidas, con individuos ocultos tras cobardes pasamontañas, como queriendo esconderse de algo de lo que no están convencidos, salvo de la nunca justificada violencia. De ahí que, de una vez por todas, se endurezcan las sanciones para quienes actúan así, destrozando bienes ajenos y bajo el denominador común de unos infiltrados que cada vez parece más obvio que son los mismos de todas partes y que, como en éste caso, dudo mucho que entre ellos haya demasiados mineros.
Los mineros, los pobres, están en el fondo. Y no en el de la mina, como sería su deseo. Pero las cosas terminan. Las fábricas, los negocios, las fruterías… pasan por momentos difíciles. Tanto, que en muchos casos son definitivos. Y los «infiltrados», aprovechados u oportunistas, les hacen un flaco favor quemando coches, hiriendo a la gente y, en definitiva, perdiendo credo en sus conductas. Allá ellos.
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