El gran carnaval
En 1951, el genial Billy Wilder dirigía Ace in the hole, presentada en España como El gran carnaval. En ella retrataba con ferocidad inusitada la historia de Charles Tatum, un periodista fracasado, alcoholizado y sin escrúpulos en busca de fama y dinero que encuentra en el accidente de un minero, atrapado en el interior de una montaña, la oportunidad ideal para volver a situarse en el que considera su lugar en el mundo del periodismo. Tatum, con la complicidad de las autoridades locales y la esposa del minero, retrasa el rescate para organizar un espectáculo informativo en torno al suceso, generando a raíz del caso una corriente de morbo que acabará costándole la vida al infortunado atrapado.
Y durante las últimas semanas, con el caso de «los 33 de Atacama», los mineros atrapados en el interior de una mina chilena, hemos asistido a una reedición, afortunadamente descafeinada, de la ácida película de Wilder. De igual manera que en la cinta, los medios de comunicación se han ocupado del acontecimiento con la profesionalidad que se les supone, y a día de hoy, en la feliz hora del rescate, merece la pena hacer algún tipo de consideración.
El espectáculo montado alrededor del suceso ha sido francamente excesivo. Que mil millones de personas hayan presenciado en directo la subida de los 33 hombres en una cápsula de la NASA desde las profundidades de la tierra resulta llamativo, sobre todo porque la ascensión duraba cuarenta minutos, en los que las televisiones nos mostraban siempre los mismos y repetitivos planos, carentes de cualquier tipo de interés informativo. Que en las ediciones digitales de los principales medios de comunicación del mundo aparezcan detalladas las biografías de estos hombres, que se nos haya contado hasta la saciedad los detalles más íntimos de sus vidas y que sus familiares se hayan prestado a ello, resulta desalentador.
Pocos han sido sin embargo los que han reflexionado sobre las condiciones de trabajo de estos hombres, sobre las circunstancias que empujan a un ser humano a arriesgar de forma tan evidente su vida a cambio de una escasa remuneración. A nadie le gusta recordar que hoy, en el siglo XXI, millones de personas en el planeta sobreviven en condiciones laborales y humanas lamentables a causa del injusto reparto de la riqueza. Pocos se han escandalizado de la pornográfica utilización del caso por parte de demasiados políticos chilenos, más atentos al tiro de las cámaras de televisión y a la celebración de ruedas de prensa vacías de contenido informativo alguno, que a las necesidades reales de las familias de los desaparecidos.
Tatum cobraba entrada a las caravanas de curiosos que querían presenciar las tareas de rescate de Leo Minosa. Hoy, eso ya no es necesario. Las empresas de comunicación se limitan a enviar sus equipos y cobrar a quienes quieran emitir su señal en directo para calmar la curiosidad irreflexiva de esos mil millones de televidentes, carne de cañón publicitario que ha hecho, si cabe, un poquito más ricos a unos pocos y un mucho más imbéciles a bastantes. Las exclusivas harán algo menos pobres a los mineros durante un tiempo, y la duración del negocio dependerá de las ganas que tengan de generar aún más morbo sobre las condiciones en las que han vivido ese tiempo. Imagino a la Nieves Herrero de turno preguntando «¿y qué sentías allí enterrado sabiéndote muerto en vida?»… Kirk Douglas (Tatum) decía que si no hay noticias, sale a la calle y muerde a un perro. Hoy, el perro somos nosotros.
Al parecer, ya hay hasta actor preferido para encargarse del papel protagonista en la segura versión cinematográfica del hecho (ánimo Telecinco, tal vez a Belén Esteban le apetezca algún papelito). Algún escritor de medio pelo ya andará detrás de los protagonistas ofreciéndose para contar su historia, a cambio de una generosa compensación, claro. Sólo la montaña misma, como en el film de Wilder, quedará tranquila durante un tiempo.
Y a partir de hoy mismo, pasadas unas horas desde el rescate, sólo quedarán para el resto de mineros de Chile la terrorífica seguridad de que mañana, ya sin cámaras de televisión delante, tendrán que volverse a jugar la vida por un jornal de mierda, a la mayor gloria de la multinacional de turno.
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