El escándalo del fútbol
Los números que se mueven en el mundo del fútbol, son para escandalizar. Lo último es el fichaje de un futbolista brasileño de 21 años que le cuesta al FCBarcelona, dicen, unos 65 millones de euros. Pero es que el RMadrid parecía dispuesto a llegar a los ¡¡ 140 !!, con tal de quitarle la «pieza». Total: que ha encarecido el «producto» y aquí, el que más chifla, capador.
Teniendo en cuenta que son cifras «oficiales» (las verdaderas nunca se darán a conocer), estamos ante un escándalo financiero de dimensiones incalculables. ¿Por qué no interviene aquí la Agencia Tributaria?. Dirán que sí, que lo hace, pero el «negocio» del fútbol oculta datos que se esconden en dobles contratos, reparto entre agentes y empresas propietarias de futbolistas y vaya usted a saber qué otros espureos intereses.
Y si todo en sí ya supone preguntas sin respuestas, no me puedo resistir a la reproducción de un hecho tan insólito (o no tanto), como surrealista.
Partido final de la Copa del Rey. La disputan dos equipos de Madrid, en el Estadio «Santiago Bernabéu», o sea, en casa. Las localidades oscilan entre 55 euros las más baratas y 275 las más caras. A pesar de jugarse «en casa», justifican, por lo que se ahorran gastos de desplazamientos.
En los aledaños del estadio, previo al partido, en plena vorágine de cámaras y reporteros, aparece un aficionado y he aquí el diálogo reportero-futbolero:
-«¿De dónde viene usted?».
-«De Almería. Hemos salido mi amigo, mi hijo y yo, a las 6 de la mañana.»
-«¿Cuánto le han costado las entradas?».
-«No tenemos, pero las conseguiremos».
-«¿Les han dado permiso en el trabajo?».
-«Estamos en paro…».
Y aquí viene lo sublime. Dos adultos y un niño. Un viaje. Tres entradas (las más baratas, estaban agotadas hacía días). Viaje de ida y vuelta. Camiseta, bufanda, gorra, banderola… presupuesto desconocido, pero difícil de entender. Sobre todo, si las entradas que quedan en taquilla, son de las caras. Eso, si no hay que acudir a la reventa. «¡Ya que estamos aquí…!».
Todo, para ver un partido que tranquilamente se podía seguir en el sofá de casa (o, en su defecto, en el bar de la esquina), a través de la Televisión pública. (Era de «interés público»).
Todo, para ver un espectáculo final cuya guinda es el desplante del entrenador del equipo malperdedor y su «estrella», al mismísimo Rey.
Todo , en un mundo donde se despilfarran miles de millones, mientras medio país se muere de hambre. Aunque aparentemente, alguien que no tiene las pintas de nadar en la abundancia, ni mucho menos, deja la ayuda del mes (por lo menos), para asistir a otra exhibición donde el escándalo del fútbol se apresura a ocultarse en las mazmorras de la miseria. ¿Hay quien lo entienda…?.
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