El cineasta de Calanda
Escrito por Kilian Cruz-Dunne
{xtypo_dropcap}D{/xtypo_dropcap}iez años después de regresar a España tras su exilio en México, el director Luis Buñuel filmaría en nuestro país una nueva obra maestra, ‘Tristana’, de la que ahora se cumplen cuarenta años y que sirve para recuperar una de las figuras más emblemáticas, a la par que desconocida, de la cinematografía nacional.
En 1961, Buñuel, el director de cine español con mayor fama internacional hasta la llegada la última hornada de autores españoles (Trueba, Garci y, sobre todo, Almodóvar), regresó a España para rodar su primera cinta en su patria desde su exilio en 1938. La película elegida fue ‘Viridiana’, el mayor escándalo del cine hispano en la década de los sesenta debido a que escenas como la parodia de la Última Cena provocaron un furibundo ataque de las autoridades católicas, además de un escándalo político y la prohibición de su estreno en nuestro país.
Aunque todo ello le empujó al exilio francés (‘Belle de Jour’ en 1966 y ‘La vía láctea’ en 1968), en 1970 regresó a España para seguir desarrollando una cinematografía radical, valiente y única, que reflejaba la contradictoria personalidad del director de ‘Un perro andaluz’ y ‘Simón del desierto’. La falta de fe, el escepticismo, el ataque a la burguesía y los valores de la misma, así como ciertas veleidades surrealistas, componen un mundo no sólo onírico sino único en el que se pone de vuelta y media a todos los estamentos y componentes del género humano.
La inabarcable personalidad de Buñuel, quien optó por el Séptimo Arte una vez ensayadas otras opciones como la literatura y la música (colaboró con Manuel de Falla), ha permitido que queden variados testimonios de su genialidad en múltiples facetas artísticas que permiten comprender el hálito transgresor y ferozmente creativo de un genio español (aunque muchos lo duden) que supo atravesar fronteras y los límites del lenguaje a través de sus diversas etapas: las primeras películas clave alrededor de la Residencia de Estudiantes, la serie comercial española, el renacimiento mexicano y el postrero periodo hispano-francés en el que nos encontramos ahora.
Su transversal biografía indica que durante su estancia en la Residencia de Estudiantes entró a formar parte del mundo cultural del pintor Dalí y de los poetas Lorca y Alberti. Tras escribir sus primeros guiones sobre el imaginario de Goya, en 1929 rueda su primera obra cinematográfica, ‘Un perro andaluz’, a la que seguirían ‘La edad de oro’ y ‘Las Hurdes’. París y más tarde Estados Unidos le acogerían en su exilio por la Guerra Civil española, hasta su ubicación en México, país que no abandonaría hasta su regreso a España 24 años más tarde.
Esta peculiar biografía de quien se relacionó con el escultor Giacometti, con Miró, Magritte, Picasso, Max Ernst o los fotógrafos Cartier-Bresson y Man Ray, conforma un inmenso marasmo vital que recoge las tres obsesiones surrealistas por antonomasia, esto es, el ojo (la mirada), las manos (el deseo) y las calaveras (la pulsión de la muerte). Las gamberradas iconoclastas de Buñuel, su obra radical, reflejan asimismo la contradictoria personalidad del director de ‘Tristana’, obra que trae ecos de otros trabajos anteriores y donde, al contrario que en su etapa mexicana, es la mujer (Catherine Deneuve) quien sobrevive a una relación de recato y lujuria, de poder y sumisión, sin que se sepa si ello le congratula o no.
Considerado como un inconmensurable observador de la condición humana, el cineasta de Calanda desdeñaba los valores de la clase media, se declaraba un impenitente confeso y declaraba que siempre había sido fiel a sus principios surrealistas porque la necesidad de comer nunca disculpa la de prostituir el arte. Buñuel consideraba que entre su filmografía podría haber tres o cuatro cintas malas, pero que ni aún así violó su código moral: «Para muchos es pueril el mero hecho de poseer un código, mas no para mí». Las premisas de dicho código quedan representadas en su filmografía a través de familias burguesas afectivamente inhibidas por la religión y la tradición, donde sus miembros discuten e intrigan unos contra otros a medida que la obra pasa de la tragedia a la farsa, y en las que el sexo nunca se refleja con ternura, sino revestido de lujuria y celos. Como la vida misma.
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