El asesino de la infancia
Por Kilian Cruz-Dunne
Ahora que las vacaciones escolares han llegado y que nuestros hijos e hijas están pululando constantemente a nuestro alrededor, es el momento de analizar la situación de la nueva ‘chimenea’ del hogar: la televisión. La Asociación de Telespectadores de Cataluña publicará en los próximos días su nuevo informe anual, y no me cabe ninguna duda que será muy crítico y demoledor, tanto con la programación que puede verse durante la franja de protección horaria infantil reforzada (entre las 5 y las 8 de la tarde) como con la general.
Tal como indica el Código de Autorregulación de Contenidos Televisivos e Infancia que prevalece desde 2004, y que firmaron todas las cadenas, en ese horario protegido deberían evitarse los contenidos no adecuados para los menores (además de publicidad y autopromoción). La normativa también recuerda que hay que evitar los mensajes o escenas de explícito contenido violento sexual que carezcan de contenido educativo.
Y aún así, la programación de la televisión española actual pone al descubierto ante los ojos de los niños las miserias de los adultos, una violencia y sexo innecesarios que están destruyendo la inocencia de aquellos infantes que contemplan esto boquiabiertos. Y como consecuencia, al contemplar la falta total de pudor y de respeto a la intimidad (tanto corporal como emocional), nos incita a tomar medidas que alejen a nuestros hijos e hijas de esta marejada de impudicia emocional que acecha allá donde menos uno se lo espera: los vídeos musicales, Los Simpson, American Dad, la publicidad, las telenovelas, los telefilmes de sobremesa, los telediarios…
Si bien nunca debemos delegar la educación en la televisión ni usar ésta como canguro ante nuestro cansancio o desesperación, educar no es dejar en una burbuja a los hijos, aislarles del mundo, sobreprotegerles.
Independientemente de los contenidos, tenemos que enseñar a nuestros hijos e hijas que piensen antes los medios (tanto audiovisuales como escritos), que asuman un espíritu crítico de lo que ven. Es fundamental enseñarles a preguntar sobre los contenidos, que construyan una lectura crítica y activa del texto: ¿Qué conocimientos tengo sobre lo que veo? ¿Qué valor tiene estos para mí? ¿Qué trasfondo tiene el mensaje? El exceso de ocio audiovisual -como todos los excesos- lleva a nuestros hijos a ser menos independientes, más esclavos de la publicidad consumista.
Está claro que los padres queremos hijos inteligentes, que logren la plena autonomía en la capacidad de conducirse inteligentemente en el mundo del ocio audiovisual, que ahora deriva de la televisión al ordenador y la consola. Y para ello hay que darles las claves de interpretación.
Sólo sembrando desde la tierna infancia, lograremos que en la adolescencia alcancen progresivamente madurez y autonomía, para que, lejos de casa, sean capaces de elegir lo mejor. Tras la indiferencia educativa de la familia los hijos crecerán en un mar de dudas y confusión, absolutamente desorientados y sin saber qué hacer ante un espectáculo audiovisual que no entienden: tal y como explica María Dolores Rico, antigua directora de programas infantiles de TVE, «ante la pantalla actual se pierde la inocencia pero no la ignorancia».
Hemos de lograr que los hijos (sobre todo los más pequeños) compartan horas de ocio con los padres para que ganen criterio, capacidad de análisis y reflexión. Una vez que las bases estás asentadas, hay que educar en grupo: cuanto más tiempo se comparte en familia, mayor es la capacidad de entenderse con los hijos para poder educarlos.
El ocio audiovisual ha de servir para divertirse pero también para, a largo plazo, acercarse al mundo, prepararse para el futuro y pensar. Y, al final, todo esto se engloba dentro de las virtudes cardinales que Platón y Aristóteles predicaban en la Antigüedad: prudencia, justicia, fortaleza, austeridad.
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